UNA GUITARRA ELÉCTRICA Y UNA CAZADORA DE CUERO
- Mariano Casanova

- hace 14 horas
- 9 Min. de lectura
Actualizado: hace 8 horas

Era solo un chaval de 11 o 12 años y todo lo que ansiaba tener en la vida era una guitarra eléctrica y una cazadora de cuero. Y así ha sido siempre desde entonces.
Ropa solo compro cuando se rompen - del todo - mis diez o doce camisetas todas iguales, negras de manga corta, junto con dos o tres pantalones también iguales, vaqueros negros. Cuando llega el caso lo repongo. Siempre llevo puesto lo mismo, desde hace muchos muchos años. No soporto comprar ropa, ni elegir, es un sufrimiento para mí, es un mundo que no me interesa. Tengo, además, dos camisas negras exactamente iguales, para las ocasiones especiales, en que hay que vestirse algo mejor. Y una americana, por si acaso, también negra, claro. Cuanto más viejo y usado todo, más cariño le tengo. No me gusta comprar ni ropa, ni nada, no quiero nada para mí, excepto una cosa: Guitarras ¡Dios! Me encantaría estar comprando continuamente guitarras, probarlas, unas y otras, y sí, elegir y pasar horas en una tienda y otra de guitarras. Todo lo que odio comprar cualquier cosa es - justo en sentido contrario - lo que amaría en el acto de comprar guitarras, pero eso solo ha sido posible en algunas ocasiones en mi vida, a veces en muchos plazos que pagar, así que claro, solo tengo las imprescindibles, o menos.
La ropa nunca ha sido importante para mí, excepto en dos casos: El de un cinturón de cuero que llevo desde hace treinta y cinco o treinta y seis años y, sobre todo, la cazadora de cuero que haya tenido en cada momento, pero, por encima de todas, la que me acompañó desde el 97 hasta el 2005, aproximadamente.
La historia de mis guitarras es muy larga y muy emocionante y en alguna ocasión -por qué no decirlo- bastante triste. Y respecto a las cazadoras de cuero, cuando una acababa destrozada tenía que conseguir otra, hasta llegar a la última que tuve, que es ésta que cuento, que tanto he echado en falta durante estos últimos veinte años. Ésta fue una cazadora que me compró Susana en 1997, durante un tiempo en que estuvo trabajando y estudiando en Londres. Me la trajo por sorpresa, después de haberla encontrado de segunda mano - y súper barata - en el mercado de Camden Town. Era justo la cazadora que yo ansiaba y desde entonces vivió conmigo, sin fallarme ni un día. Juntos recorrimos cientos de conciertos, lugares, países. Tengo que decir que mi cazadora de cuero va conmigo en invierno y en verano. Es todo un arte llevar la cazadora contigo sobre el brazo en agosto a cuarenta grados, por si luego refresca y, sobre todo, por si acaso hay lugares con el aire acondicionado a tope. Esa cazadora salió al escenario conmigo en Chicago, con una temperatura exterior de 25 grados bajo cero y me acompañó en el trópico de Santiago de Cuba, al entrar en algunos lugares con un aire acondicionado que acuchillaba tu garganta, algo que resultaba inexplicable: No había qué comer, pero había sitios en que esto ocurría, a menos que estuvieras en mitad de un apagón, bastante frecuente por otra parte.
Esa cazadora me acompañó en nuestras giras en USA y en las grabaciones de discos en directo. En fin, en lo bueno y en lo malo. Hasta que quedó en un rincón, destrozada, un par de años antes del fin de Distrito 14 en 2008.
En el último concierto, que sale en la peli, ya no la pude llevar, aunque sí que sale en las imágenes de nuestra historia, claro. Pero desde entonces juro que he buscado una igual en todos los lugares imaginables, países, ciudades, también de nuevo en Candem en Londres, y nunca he encontrado una ni parecida. Hasta que hace un par de años la saqué de ese rincón en que la tenía y conseguí un sitio donde arreglarla. Pero fue un desastre. No es fácil encontrar ya lugares donde trabajen bien con cuero. La daba por perdida. Y, por si fuera poco, también se rompió mi cinturón de cuero hace unos meses, justo cuando me enteré de que iba a tocar mi primer concierto en solitario en Zaragoza, en un gran escenario, después de diecisiete años desde aquel último concierto de Distrito 14. Sentí que esto no podía ser, sentí que tenía que conseguir encontrar una cazadora igual a aquella y salir a tocar a ese concierto con ella, en este nuevo comienzo en mi vida.
Así que seguí buscando, intensamente, una cazadora igual en muchos lugares durante este verano pasado, hasta en Florencia, la ciudad de las cazadoras de piel. Y nada. Así que dos semanas antes del concierto me di cuenta que no, que por algo sería no haber conseguido encontrar ninguna igual en todos estos años y que, si algo tenía que intentar de nuevo, era resucitar aquella cazadora rota, aquí, en Zaragoza. Así que busqué con extrema urgencia unos poquitos lugares de peletería que quedan en la ciudad, donde pensé que tal vez pudiera obrarse el milagro. Ninguna cazadora parecida me hacía más ilusión. Tenía que ser esa, la mía, la que me regaló Susana, mi mujer, el amor de mi vida.
También di con una guarnicionería donde arreglar el cinturón, así que fui una tarde a última hora, convencido de que eso sí que no tendría ningún problema. Nada, me dijeron que arreglar el cinturón era imposible, joder, eso sí que no me lo esperaba. Así que salí de allí con un bajón de la hostia, pero me dije, voy a intentar llegar a tiempo al menos a uno de estos dos o tres sitios de peletería donde intentar arreglar la cazadora. Miré los horarios en internet y vi que solo quedaba una abierta y que tenía que ir corriendo para llegar a tiempo. Y hacia allí me encaminé, curiosamente con un buen presentimiento, porque sé que muchas veces la vida te conduce al lugar adecuado a base de un no tras otro no hasta el infinito. Yo creo en eso, o es que tal vez sea algo a lo que estoy acostumbrado.
Así que llegué, en los últimos minutos antes de cerrar, hasta el Coso, a la tienda de abrigos y peletería Loscos 73. Ya de por sí el nombre me daba muy buen rollo, yo que crecí con la música de los 70. Abrí la puerta, y ahí me encontré con la sonrisa de Héctor Loscos y su mujer Marien. Cuando le conté a Héctor mis peripecias y aventuras con mi cazadora él fue para mí como si de un terapeuta se tratara, haciéndome sentir que no estaba loco, que estuviera tranquilo, que eso que yo quería no era imposible y que él lo iba a solucionar. No me lo podía creer, no me estaba encontrando una vez más con una cara de extrañeza, con otro no, o esto es imposible, o esto hace muchísimos años que no se encuentra por ningún lado, mejor cómprate una nueva porque esto ya no hay manera de arreglarlo, porque es que ¿No ves que se cae a trozos? Además, es que, esto que me pides, de adaptarla a tus medidas de ahora, no se puede hacer, te va a quedar mal.
No, en aquella peletería zaragozana abierta desde 1973 encontré comprensión, amabilidad, yo que sé, hasta amistad podría decir. Ahí tenía, ante mí, alguien que me decía que, no solo la iba a arreglar y dejar como nueva, sino que la iba a tener lista para que me la pusiera en ese concierto para el que faltaban dos semanas y que yo le estaba contando que era tan importante para mí, además de reiterarle que esa cazadora no era solamente una cazadora, sino una amiga.
Dios, alguien que me entendía y que iba a hacer lo necesario para que aquella cazadora volviera a la vida. Algo que había intentado durante años y años por fin podía ser, así de fácil. Y, además, por un precio como si hubiéramos estudiado juntos de niños Héctor y yo en el mismo colegio. En fin, les dije a Marien y a él que no se podían perder, en una u otra plataforma de televisión donde se puede ver, el documental que nos hizo Juanma Bajo Ulloa contando la historia del que fue mi grupo y mi propia vida. Yo que sé, para que se dieran cuenta – al menos - de que esa cazadora que les había llevado, aparecía en tantos lugares y aventuras y que supieran de mi larga carrera, en fin, un modo de compensar su ilusión y su profesionalidad con la mía. Para que vieran que yo no era un pirado que había aparecido por ahí de repente, o bueno, no al menos en lo que a la cazadora se refiere.
Un par de días después Héctor me escribió un mensaje para contarme cuánto les había gustado el documental y además decía esto: Se me olvidó contarte que hace cinco años restauré un abrigo de piel - completamente destrozado - que me trajeron después de haber sido comprado en una subasta, era de Janis Joplin.
En fin, no me lo podía creer, el recuerdo de Janis Joplin es algo que, no sé por qué, me ha acompañado toda mi vida, tantas casualidades, coincidencias, pero ¿Ésta? ¿En Zaragoza? ¿En una peletería, en el Coso, en mi ciudad, tan cerca de casa? Así que recordé la primera vez que fuimos Distrito 14 a tocar a EEUU, que fue a San Francisco, cuando lo primero que hicimos fue ir a la esquina en la calle Haight-Ashbury donde comenzó a tocar Janis Joplin. O aquél tiempo que estuvimos en Los Ángeles en 2001, cuando estuvimos alojados en el hotel donde Janis Joplin murió de sobredosis, durmiendo en ocasiones justo en la puerta de enfrente donde ocurrió. Entonces era un secreto que esto había ocurrido allí, incluso el nombre del hotel había sido cambiado. Pero después de un tiempo, cuando tuvimos confianza, los responsables del hotel nos contaron dónde y cómo había ocurrido y nos enseñaron la habitación y nos contaron que en el hall era donde Frank Sinatra se reunía a jugar a las cartas con sus amigos, y tantas cosas más. El lugar se llama Hihgland Garden Hotel, y está en Hollywood, lo cuento ahora porque hace tiempo que ya no es un secreto.
En uno u otro modo, Janis Joplin, siempre ha estado presente en mi vida: Recuerdo escucharla sonar en las calles vacías de un pequeño pueblo bajo el sol, en una mañana de agosto. Allí había tocado yo la noche anterior, en el 81 o el 82. Y todo el mundo estaba durmiendo seguramente tras la fiesta. Pero los chicos de una peña donde había pasado yo unas cuantas horas tras mi actuación en la plaza, seguían con su excelente selección musical con la puerta abierta de par en par. Aquel sonar de Janis Joplin, acaso acompañado de algunos gorriones y vencejos, junto con el “I Say a Little Prayer” de Aretha Franklyn, me impresionó tanto, que su recuerdo me ha acompañado toda la vida. El contraste era de verdad alucinante, en aquel pequeño pueblo de la provincia de Teruel llamado Bello, qué otro nombre podría tener.
Lo cierto es que Janis Joplin siempre estuvo, en aquellos años de descubrimiento, haciéndome sentir parte de algo que yo soñaba y a la vez no sabía aún bien qué era. Recuerdo escucharla tantas veces, en aquellos bares que siempre recordaré: El Piccolos, el Lumpen y el Zimbarula, en la calle Casta Álvarez, a los que años después hice un homenaje en mi canción “La Calle del Lumpen”; o cuando me colaba, aún antes, a escuchar música en el Pachá, pero en el original de la calle María Moliner, en los 70, cuando aún no tenía yo ni catorce años y me echaban por no tener carnet de identidad.
Recuerdo que poco después se estrenó en el cine la peli “La Rosa” inspirada en Janis Joplin; recuerdo un viaje a las montañas con mi amigo Sevi, donde solo escuchamos el disco de esa película cantado por Bette Midler, vuelta y vuelta. En fin, no podía creer que un abrigo de Janis Joplin hubiera encontrado el modo de llegar a las manos de Héctor, en Zaragoza, para ser restaurado. Eso ¿Quería decir algo no? ¿Qué clase de círculo trazado por la vida me había conducido hasta ahí? Pero el caso es que, pensándolo bien, al final no me pareció tan extraño.
Después del mensaje en que Héctor me contaba sobre el abrigo restaurado de Janis Joplin, justo después, bajamos Susana y yo al garaje a coger nuestro coche. Ella me esperó arriba en la puerta, yo encendí el motor y de repente empezó a sonar la radio, que yo jamás me dejo puesta. Sé que es difícil de creer, pero lo que de repente estaba sonando a todo volumen era una canción de Janis Joplin. Susana subió al coche y yo puse la grabadora del whatsapp para mandarle un mensaje a Héctor - en ese mismo momento - con la música de la radio con Janis Joplin de fondo y contándole lo que estaba sucediendo, y que hacía un rato había leído su mensaje y diciéndole que le contaría tantas cosas y casualidades que no se lo iba a creer.
La cazadora estuvo a tiempo para llevarla en mi primer concierto después de haber estado unos 20 años retirada de los escenarios. El cinturón sigue roto, pero lo llevé y lo llevo cada día igualmente, hasta que se caiga a trozos, o quién sabe, a lo mejor alguien llega algún día y me dice que sí, que se puede arreglar, porque creo que no hay nada, o casi nada, que no se pueda arreglar en la vida, creo que a veces incluso eso que estás pensando.
Porque hay muchas maneras de morir.
Mi agradecimiento a Héctor Loscos y a Marien, gracias a ellos mi cazadora estuvo junto a mi guitarra y junto a mí, de nuevo, sobre un escenario. Y es que era tan importante para mí tocar, después de tanto tiempo, nada menos que en mi casa, en Zaragoza, en el día del Pilar. Fue un concierto que siempre recordaré. Y espero que, por muchos años siga siendo así, que sigamos juntos sobre un escenario, mi cazadora, mi guitarra y yo, hasta que la vida lo permita y más allá ¿No Janis?
(Foto del 12 de octubre de 2025 en Zaragoza, por Fernando Rojano)






























Comentarios