EMOCIONES Y RECUERDOS EN EL ALTO JALÓN
- Mariano Casanova

- hace 5 días
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Hace unos días fui invitado a participar, tocando una de mis canciones, en la gala del V Aniversario del periódico digital y la radio “El Alto Jalón”, donde se entregaban los Premios Anuales Jalón de Plata. Me hizo una ilusión enorme. Esa emisora y periódico aúnan el sentir de una comarca, que va más allá de delimitaciones territoriales, porque - he ahí la paradoja- esas tierras del Alto Jalón, pertenecientes a las provincias de Soria y Zaragoza, fueron siempre tierra de frontera entre Castilla y Aragón, y el río Jalón el paso natural entre los dos antiguos reinos. Pero mira tú por dónde, en el sentir, no hay límites territoriales que separen y, mucho menos, si esos límites no son más que líneas dibujadas sobre un mapa.
Mientras llegaba mi turno, para salir a cantar, estuve sentado al final de la hermosa sala del Centro Cultural de Arcos de Jalón, donde se celebraba el evento. Y allí pude asistir, desde el principio, a la entrega de premios y a las diferentes actuaciones de artistas de esa tierra, de esos pueblos, que tanto disfruté: Qué admirable el amor y la ilusión por el arte y la defensa del valor de la cultura que respiré allí. Esa noche, por parte de todos, muchas palabras se escucharon en ese sentido, ante las que solo me daban ganas de ponerme en pie y aplaudir con fuerza, aunque lo hiciera sentado y de modo comedido.
Así que qué maravilla - y qué emoción - pensar que el público allí presente y el que estaba escuchando la gala en la radio en directo, pudieran considerarme como un vecino más entre ellos. Y todo gracias al pueblo de Cetina, que hace ya diez años me permitió grabar un vídeo para la canción “De Colores” de mi primer disco en solitario, junto a su Contradanza y Dance. Yo no imaginaba, ni de lejos, que eso iba a suponer que sus vecinos me abrieran sus puertas de par en par, acogiéndonos, a mi familia y a mí, con tanto cariño como lo han hecho. En fin, nunca se me hubiera ocurrido mejor premio ni reconocimiento.
Así que allí estaba yo, compartiendo, en secreto, mi emoción, con el público que llenaba el recinto y aplaudía con fervor a sus convecinos, reconocidos en sus diversos menesteres, cuando subían a recoger el premio y contaban, con palabras sentidas, sobre sus vidas, anhelos e ilusiones. Todo ello dirigido, con maestría, desde el escenario, por Francisco Álvarez y María Reinoso, creadores de “El Alto Jalón”.
Y yo no podía por menos que admirar tanto a los galardonados, como a la labor de estos dos intrépidos periodistas que, en cinco años, desde ese entorno rural, habían - han- conseguido hacer de ese periódico y radio un medio tan querido, respetado, con tantísima calidad, tan reconocible y tan reconocido. Y muchísimo más que lo van a ser, no tengo ni la más mínima duda. Cómo agradecerles que hubieran contado conmigo para formar parte de esa celebración tan íntima, sí, íntima, así la sentí yo, aunque fuera retransmitida en directo.
Y a la vez que todo esto ocurría, no podía evitar que vinieran a mi memoria tantas imágenes pretéritas de mi vida, cuando yo tenía tan solo quince o dieciséis años y ya andaba tocando mi guitarra por esas tierras: Era 1980 y 1981, cuando formaba parte de una orquesta que me fichó, siendo tan pequeño. Imagínate, tocando con músicos que ya estaban casados y con hijos y yo un chavalín. Qué recuerdos, qué aprendizaje. El escenario ha sido mi vida desde niño, tal y como se cuenta en el largometraje documental que, hace un par de días, mencionaba un artículo en este periódico “El Alto Jalón”, un artículo que de verdad me ha hecho emocionarme y mucho.
Así que - tras un montón de tiempo alejado de los escenarios - ahí me encontraba, a punto de tocar de nuevo, a mis 61 años, recordando aquellas actuaciones de chaval, en el Casino Rosales de Ariza, con aquella pista de baile, ajardinada y al aire libre, donde tanto me gustaba actuar; donde siempre teníamos claro que, a pesar del calor del verano en Zaragoza, teníamos que llevar chaqueta, o cazadora de cuero en mi caso; o aquella actuación en Calmarza, en aquel hermoso lugar bajo las estrellas, casi en la orilla del río. O los dos días seguidos tocando en las fiestas de Almaluez, cuando las calles eran del mismo color de arcilla de las casas, en la plaza, de tierra, donde había un único bar justo frente a un escenario, seguramente improvisado, como en tantos otros sitios, con remolques de tractor. Todavía recuerdo bien aquellas noches de música y aquellos rostros de ilusión.
Recuerdos, recuerdos, magníficos recuerdos, como las veces que fuimos a tocar a Calatayud, de chaval con aquella orquesta y después con Distrito 14, en esa ciudad que tanto quiero y que forma parte de esa comarca emocional donde habitan los recuerdos. Recuerdos de conciertos sí, pero también de una tarde de agosto, tumbado en las afueras, bajo los árboles del río, mientras el brillo del sol se colaba entre sus hojas, en ese juego de luz y sombras que los japoneses llaman “Komorebi”, que – sin saber por qué - quedó grabado en mí memoria para siempre.
Una vez, justo al llegar a tocar hasta allí con la orquesta, en una peña que da al paseo, me enteré que, en otra peña muy cercana junto al río, tocaba un grupo que acababa de sacar su primer disco y que a mí me tenía impresionado, se trataba de Nacha Pop, así que me acerqué corriendo a su prueba de sonido y es ahí cuando vi por primera vez a Antonio Vega. Cómo iba a imaginar, entonces, que muchos años después él iba a cantar y grabar conmigo una canción mía, “Valium & Champagne”, del disco de Distrito 14 “El Sueño de la Tortuga”. Le conté sobre aquella actuación en Calatayud que él también recordaba, porque había sido una de las primeras con su grupo.
Qué viaje en el tiempo, desde la oscuridad de esa butaca en la última fila de esa sala de Arcos de Jalón, hasta llegar, cómo no, al recuerdo de aquella filmación, hace diez años ya, junto a la Contradanza y el Dance de Cetina, que a veces sigo pensando si no es un sueño. Y en eso estaba yo cuando escuché anunciado mi nombre, así que, a trompicones, entre las butacas, salí a tocar lo mejor que pude una canción a ese escenario tan enorme en emociones, que, junto a todos aquellos luminosos recuerdos, ya ha pasado a formar parte imborrable de mi vida.

Fotos: Rous Rox y Paula Ballesteros






























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