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LA ESTRELLA AZUL


En algún lugar de mi casa tiene que haber dos cintas de cassette que jamás he escuchado. Me las pasó hace muchos años un locutor de Radio Ebro, que si no recuerdo mal se llamaba Enrique Moreno. En ellas hay grabado un programa muy largo, quizá fueron dos horas o más, que compartí con mi amigo Mauricio Aznar. Era un programa nocturno de radio, hasta la madrugada, al que llegué al día siguiente del que me correspondía, veinticuatro horas tarde. Entré por la puerta del estudio creyendo que era mi día, pero no. Eran otros tiempos, vivía solo el presente y muchas veces, el presente, cuando quería darme cuenta, se me había escapado de las manos.


Pero ese despiste mío fue una fortuna, porque al llegar estaba mi amigo Mauricio con su guitarra, era su día, o mejor dicho su noche. No me dejaron marcharme, Enrique el locutor y Mauricio me pidieron que me quedara para hacer ese programa a medias, Mauricio y yo, en aquellos inolvidables estudios, en lo más alto de un edificio céntrico, desde donde se divisaban todos los tejados, torres y azoteas de Zaragoza, a través de unas enormes cristaleras. Creo recordar que era un programa donde no había un tiempo definido, duraba lo que fuera necesario y después la emisora se conectaba en automático con otra emisora general, o algo así, no sé. El caso es que allí estuvimos hablando, al micrófono, de nuestra vida y de mil cosas más, y entre conversación y conversación Mauricio tocaba una chacarera y yo una de mis canciones, y así sucesivamente nos dieron las mil.


Creo que fue la última vez que vi a mi querido Mauricio, con quien tuve la fortuna de compartir unas cuantas aventuras a lo largo de los años, unas mejores, otras peores, pero siempre desde el compañerismo, desde el máximo respeto, desde la bondad, desde el cariño, a veces desde la euforia y otras veces desde el hastío, a pesar del cual, cuando este aparecía, seguíamos siempre remando, remontando, cada uno por su lado, con esa corriente que casi siempre venía en contra.


Desde que murió Mauricio he recordado muchas veces esas dos cintas de cassette, pero jamás me he atrevido a escucharlas, me da, no sé cómo llamarle, respeto, miedo, no he sido capaz, hasta el punto de que con algún cambio de casa por en medio durante estos años, no se ni dónde las tengo, sigo sin poder escucharlas.


Lo mismo me ocurrió con Antonio Vega, con quien también tuve la oportunidad de compartir muy buenos momentos, y también muy malos; con quien tuve la fortuna de compartir mi canción “Valium & Champagne” de nuestro disco de Distrito 14 “El Sueño de la Tortuga”, donde me hizo unos coros que sobrecogen al ser escuchados. En alguna ocasión, después de su muerte, recibí como regalo de cumpleaños, o de Navidad, piezas sobre él: Un DVD con el documental que le hicieron, y un gran libro dedicado a su vida. Ambas cosas permanecen en mi estantería sin ser abiertas, todavía con el plástico que las cubre. No he podido, no he podido ni echarles un vistazo, me supera, tengo miedo. Tal vez un terapeuta encontrara a esto una explicación. Quizá tengo miedo de reencontrarme con mi propio pasado, con lo mejor, tratando de evitar la añoranza, y con lo peor, evitando la tristeza de las oportunidades que o no llegaron, o quizá no pude ver mientras caminaba a tientas en lo oscuro. No sé, quizá es que nunca he dejado de sentir el recuerdo doloroso de aquella inocencia, la mía y, sobre todo, la de tantos amigos que murieron y quedaron injusta y prematuramente perdidos para siempre en el camino.


Ayer junto a Susana, mi mujer, me acerqué al cine a ver la película “La Estrella Azul”. Tenía que ir. Acompañado por ella superé esa barrera que me impide volver la vista atrás, para mirar de cara a lo mejor y lo peor de nuestras vidas; para mirar todo aquello que quedó atrás prendido en canciones. Eso sí, al menos quedaron éstas, quedó algo que pueda justificar esa vida a pecho descubierto por la música, esa vida que vivimos. Susana me lo dijo al salir de la película, esto es por algo, tienes que seguir adelante, es tu obligación, por los que se fueron, porque tienes la fortuna de seguir vivo.


Qué preciosa película inspirada en nuestro querido Mauricio. Gracias Javier Macipe, millones de gracias, enhorabuena por tan bella muestra de cine hecho por tu parte, con tanta sabiduría y corazón. Gracias a todos los que habéis participado en tan magna obra, y cómo no, gracias al actor Pepe Lorente, por interpretar de un modo tan emocionante a alguien tan difícil de encarnar.


Muchas veces vienen a mi mente, no ahora, sino desde siempre, desde que conocí a Mauricio en lo más incipiente de nuestra juventud, frases suyas, momentos. Recuerdo cuánto le gustaba una canción mía, “Mala Racha”, siempre me decía que le hubiera encantado componerla a él, y eso me llenaba de energía, de ganas de seguir adelante. Recuerdos, que se agolpan, como esa respuesta que siempre tenía ante la pregunta de los periodistas de por qué te dedicas a la música, ja ja ja, él con su humildad, su sinceridad y su retranca, siempre respondía: Para poder levantarme todos los días a las doce de la mañana.


Espero seguir adelante, levantándome a las doce de la mañana, por mucho tiempo amigo Mauricio, espero seguir haciendo canciones y seguir en este camino que la fortuna de la vida me ha otorgado. Espero seguir siendo merecedor de tu inolvidable sonrisa, esa sonrisa que habita siempre en mi recuerdo.

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