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JIMI HENDRIX


Séptimo día. Creo que este formidable disco de Jimi Hendrix llegó a mis manos gracias a Joaquín Martín, percusionista de aquél grupo Zen formado siendo niños por los amigos del barrio. Joaquín siempre fue un extraordinario guía en lo musical para todos nosotros. Recuerdo que me vendió algunos discos entre los que debía estar éste o me lo dejó y lo tuve durante mucho tiempo y luego lo tuve grabado en cassette, no recuerdo bien. Debió ser en el 78 o 79. Jimi Hendrix fue impactante para mí. Como guitarrista qué puedo contar, seguro que fue una de las grandes influencias en mi modo de encarar la guitarra en los sucesivos años. Pero gracias a este disco descubrí unos matices en sus canciones y sobre todo en su voz que hasta entonces no había apreciado tan profundamente. Es un disco póstumo, en donde su productor incorporó algunas pistas nuevas con algunos instrumentos y coros. Visto el resultado estoy seguro de que a Jimi Hendrix de haber estado vivo le habría encantado escucharlo y tenerlo entre sus manos, no me negaréis que la portada es la mejor de toda la colección de sus discos. Además tenía un sonido que me parecía y me parece espectacular. Este disco además, y especialmente el sentimiento que me transmitió su voz me hizo querer conocer ya mismo el contenido de sus letras. Y ese sí que fue un gran descubrimiento para mí.

Compré un libro que el periodista Jesús Ordovás había escrito sobre su vida, donde además se reunían todas las letras de sus canciones. Al leerlas sentí el vuelo de mi imaginación despegar directo a la estratosfera. Impresionado asistí al deambular de Hendrix por sus mundos oníricos contados de un modo que hasta entonces yo no había conocido. Especialmente quedó grabada en mí una canción donde relataba sus pensamientos antes de nacer desde el interior del útero de su madre. Yo entonces comenzaba a escribir mis propios textos y canciones. Así que leerle fue un verdadero torrente de energía que no hacía sino confirmarme el impulso que ya entonces había tomado mi vida hacia el mundo de los sueños y el subconsciente. Coincidió además en aquél tiempo el comienzo de mi enorme interés por el movimiento surrealista que ya siempre me ha acompañado. Pero muy especialmente en aquellos momentos me atrajo sobre manera la escritura automática, santo y seña del movimiento dadaísta. Así que leer aquellas letras fue un tiro en mi mente que aún hoy no ha llegado a su destino final, esa bala perdida sigue merodeando todavía y dando vueltas por el universo paralelo en el que desde aquellos años confieso que vivo.

Recuerdo algunos sueños que tuve entonces como si fueran hoy, y además los relaté en algunos textos y letras. Pero muy especialmente recuerdo uno en que a través de una pequeña puerta que daba a la calle entraba en una estancia enorme, a oscuras, a tientas. Allí me sentaba en un banco de madera dándome cuenta después que estaba en el interior de una especie de gran iglesia. El lugar estaba completamente lleno de gente que descubrí gracias a algunos mecheros que se encendían fugaces de repente aquí o allá un instante, para encender un cigarrillo o lo que quiera que fuese. Todo el mundo estaba en silencio, hasta que de repente un enorme estallido de luz y sonido apareció de repente enfrente nuestro en lo que parecía un altar inmenso ocupado al completo por un grupo de rock. De repente todo el público que hasta ese momento había estado en un estado de letargo auto inducido - o de sagrado recogimiento - se hallaba enfervorecido frente a ese grupo de músicos que yo no conocía de nada. Entre esos músicos no había ninguno que yo reconociera ni hubiera visto previamente, todos eran bastante mayores, recuerdo que me sorprendió sobre todo ver que al menos algunos llevaban barba. Desde el mismo interior del sueño supe entonces que ese grupo era mi propio grupo, pero transcurridos muchos, muchos años que faltaban por venir. Por supuesto esto no se lo conté a nadie ni se lo he contado nunca a nadie hasta este mismo momento, debo de haberme vuelto loco para siempre justo ahora. Eso sí, al día siguiente le conté una parte de este sueño - sin este matiz último ni su interpretación - a mi compañero de pupitre en el instituto, se llamaba Tito. Hubo algo que me había hecho entrar por aquella puerta soñada que tenía que ver con alguien llamado así, esa fue la única razón de contárselo. Y este sueño que nunca he contado a nadie siempre me acompañó y me hizo cobrar fuerzas para salir adelante en algunos momentos de auténtica derrota.

Veinticinco años después, en 2004, no pude evitar acordarme de este sueño cuando actuando Distrito 14 en el altar de la iglesia del Monasterio de Veruela, casi al final de la actuación, de repente se fue la corriente eléctrica apagándose las luces. El público que llenaba completamente los bancos de la iglesia, creyendo que se trataba de parte del espectáculo y dado que ocurrió justo en el momento adecuado, estuvo coreando el estribillo de la canción “Días de Gloria” durante minutos y minutos mientras nosotros nos íbamos detrás del altar a ver qué estaba ocurriendo, desesperados. Y la gente seguía cantando y cantando, hasta que de repente alguien nos avisó de que se había conseguido arreglar el desperfecto. Así que a toda velocidad salimos al escenario y cogimos nuestros instrumentos justo cuando un enorme fogonazo de luz nos conectaba de nuevo con el público frente a frente, que siguió cantando con nosotros esa última canción hasta el final, convirtiendo ese accidente técnico en uno de los momentos más gloriosos que he vivido sobre un escenario en toda mi vida. No hacía ni dos meses que me había dejado barba por primera vez en toda mi vida.

Todo esto que cuento aparece al detalle en imágenes y sonidos en un documental sobre aquella actuación que me encargué personalmente de realizar y que forma parte de un DVD incluido en nuestro álbum “Concierto en Veruela”. Ahí está todo grabado para siempre, además de en mi recuerdo y en el recuerdo de aquél sueño que tuve cuando solo tenía catorce años.

En aquellos tiempos de 1978 o 79, lejanos o cercanos, depende de cómo se mire, y un año antes de poder dar yo filosofía en el Instituto, el departamento de dicha asignatura tuvo a bien publicar mi primera escritura automática en la revista del departamento, algunos de cuyos ejemplares conservo como un tesoro. Fue la primera publicación en mi vida. Aquella revista por cierto se llamaba “Crash” y fue un verdadero ¡Crash! en aquellos tiempos, objeto de inspecciones y censura oficial. Aquella fue una revista hecha ejemplar por ejemplar en la fotocopiadora del instituto, transgresora, conflictiva, una delicia.

¡Viva, desde entonces, hoy y para siempre! ¡Viva el instituto Don Pedro de Luna! Bueno, creo que acaba de llegar justo ahora el momento de escuchar de nuevo el formidable “Crash Landing” de Jimi Hendrix.

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