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La Mano Poderosa


Me va a doler, cuando la exposición de Marta Palau en la Lonja cierre el día 22 me va a doler. Voy a sentir su despedida de esta ciudad mía sumida en el frío y el cierzo gris, aunque sepa que se va para regresar a su hogar de maíz allá en México, esa otra patria que siento en mí desde toda la vida sin un motivo racional que lo explique. Esa verdadera madre patria para tantos españoles que como Marta Palau llegaron hasta allí exiliados por la desgracia de nuestra guerra civil y fueron recibidos, acogidos y tratados como hermanos por ese pueblo tan hermoso que es el mexicano. Llegaron desde el terror a una nueva tierra llena de flores donde existen mariposas que cada otoño recorren medio mundo hasta llegar al refugio de sus bosques, enigmáticos insectos de extrema belleza y aparente fragilidad.

Marta Palau y su familia llegaron a México escapando del franquismo en 1940, cuando ella era una niña de apenas seis años. Nacida en Albesa, un pueblecito de Lérida (España), es sobrecogedor comprobar ahora a través de sus objetos, pinturas, esculturas, tapices, tejidos, instalaciones, cerámicas, cómo esta mujer hizo suya la esencia de algunos de los pueblos nativos de aquellas tierras, su cultura, su arte, su pensamiento, su concepción misteromágica de la vida y el mundo para transmitirlo a través de su propia obra artística paradójicamente tan personal e inclasificable. Esto que podemos ver en La Lonja hasta dentro de unos días es imposible de realizar si no se posee “de verdad” ese sentido tan especial que la vida en su conjunto, en su unidad absoluta, tiene para aquellos pueblos, algunos de los cuales aún permanecen en pie, heridos pero con orgullo, dueños de su sabiduría trascendental a pesar de tantos y tan poderosos intereses amenazantes que desde tiempos inmemoriales penden sobre ellos pugnando por hacerlos desaparecer de su tierra sagrada.

Sí, lo voy a sentir y en mi memoria van a guardarse para siempre tantos recorridos hechos hasta esta exposición que comenzó en la primera semana de diciembre, cuando para acceder a la puerta de La Lonja había que atravesar un universo de regalos multicolores de navidad agolpados en multitud de puestecillos de venta, una pista de hielo, un Belén y variedad de actividades para niños. Todo un mundo de venta ambulante, música y bullicio que ocupando gran parte de la Plaza del Pilar tanto me hacía recordar los puestos que con el mismo motivo suelen instalarse en la plaza del Zócalo en el DF.

Al principio llegué hasta la exposición sin saber bien de qué se trataba. Unos buenos amigos mexicanos eran los encargados de traernos hasta aquí esta obra y el hecho de verles a ellos aquí en esta tierra, aquí en casa, fue para mí y mi familia una emoción tan grande que la exposición, a pesar de la impactante primera impresión recibida, quedó en ese momento relegada a un segundo plano. Pero era natural, a mi mujer, nuestro niño y a mí nos une a una de esas personas y a su familia una relación que nos hace considerarnos recíprocamente parientes a uno y otro lado del océano. Y era la primera vez que aquí le recibíamos.

Además en aquella semana confluyeron para mí demasiados acontecimientos vitales. Es increíble pero me queda la sensación de que justo en esos días se produjo el vértice de separación entre dos etapas de mi vida, la mitad del camino, digámoslo así. Como si de repente me hubiera encontrado justo en el borde de un gran abismo, pero sin miedo. Como si ante mí tuviera uno de aquellos enormes cañones mágicos del norte de México que a tantos artistas de origen lejano inspiraron - desde Antonin Artaud a Marta Palau - y tuviera que saltar. Como si toda mi vida me hubiera preparado para ello y hubiera llegado el momento.

Son cosas difíciles de explicar, para eso existe el arte, así que igual algún día tengo la fortuna de extraer del onírico recuerdo de todo esto una nueva canción. Por el momento tan solo contar que en el plano músico-terrenal en aquella semana comenzaba los primeros ensayos con mi nueva banda, grabábamos una canción nueva en un especial de televisión y marchaba a París para presentar allí por primera vez en directo el que está a punto de ser mi primer disco en solitario, grabar un video clip y conceder importantes entrevistas, las primeras de mi nueva etapa en aquella maravillosa ciudad que ya es fundamental en mi carrera y en mi vida. Aquella semana todo eran primeras veces.

Y al regresar a Zaragoza tres días antes de la Nochebuena lo primero que hice fue ir caminando hasta la exposición, aunque sabía que era ya muy tarde, que era de noche, que estaría cerrada hacía horas. Pero necesitaba ir, necesitaba sentirla ya mismo, aunque fuera desde muros afuera, como quien viene de lejos estremecido al enterarse del encarcelamiento injusto de un ser muy querido y se acerca hasta las tapias del presidio y desde la calle hace señas apesadumbradas e inocentes a una de las ventanas sin saber si la sombra que allí se recorta es la de su amor o la de cualquier carcelero.

No sé cuantas veces he regresado después a ver estas obras de Marta Palau imposibles de describir. Imagino que alguno de los encargados de custodiar el lugar habrá pensado más de una vez que estoy chalado. Me da igual, he estado viendo cada madera, hoja, cuerda, palabra escrita, adobe, hilo y color desde todos los ángulos posibles. Al principio me mostraba cauteloso, guardaba distancia, sentía una especie de temor reverencial ante cada obra, me preguntaba a mí mismo e interrogaba a cada escultura o pintura, les preguntaba en voz baja qué me querían decir. Después, con el paso del tiempo y el transcurrir de las visitas, a ese respeto inicial se sumó otro tipo de respeto: El que produce el asombro ante el descubrimiento de algo que se siente sagrado, pero sagrado de verdad. Esas pequeñas o grandes joyas hechas en piedra o papel o madera de repente me transportaban a un mundo que sé que existe en mi interior y para el que no encuentro nombre ni explicación. Un mundo oscuro y atrayente en común con el resto de los mortales, donde solo hay unos pocos que saben escudriñar y extraer de él su esencia, como la autora de esta obra inclasificable.

A veces he acabado tirado por el suelo, arrastrándome entre las composiciones de objetos creados por Marta Palau, enredado entre los laberintos invisibles formados por palos atados con cuerdas y con barro que a modo de argamasa todo lo une y a todo le da sentido; perdida mi vista en la levedad de los peldaños de esas escaleras hechas de ramas extraídas y transportadas hasta ahí sólo con el permiso de la naturaleza, todo ello en contraste con los muros magníficos del edificio de La Lonja.

Y me pregunto qué hace ahí todo eso, y me imagino de repente que tras esos elementos artísticos construidos con apariencia de extrema fragilidad los gruesos muros desaparecen y que las obras se recortan ante el cielo azul y entonces siento algo así como una liberación, como un éxtasis y me digo a mi mismo que debería ser así y que en un museo sin muros debería exponerse este magnífico trabajo. Para a continuación pensar claramente que precisamente en eso reside la magia de la aparente fragilidad de esta obra capaz de deshacer en nuestra mente todo lo que de artificial la rodea, haciendo que veamos el cielo donde hay paredes, que veamos tierra y barro donde hay columnas, que veamos nubes donde hay techumbre, aunque ésta sea tan maravillosa y espectacular como la del magno edificio de La Lonja.

Y el caso es que cuando me marcho de allí salgo a la calle fría como quien se va de casa de un ser amado, dejando la calidez de su compañía ahí atrás. Y a la vez me siento como un joven muchacho que tras encontrar por primera vez una verdadera e impactante amistad duda si lo que está ocurriendo es un sueño o es realidad, con esa emoción del reconocer y reconocerse pero sin saber a ciencia cierta qué diablos pasa ni si ese algo durará o no durará. Al salir de allí siento pureza.

¿Demasiada fuerza para los ciudadanos acostumbrados a transitar por caminos de asfalto? No, no creo. Hace falta una mente así y más en estos tiempos, una mente y una sensibilidad tan especial como la de Marta Palau capaz de hacer una obra contundente y arraigada llamada “Mis caminos son terrestres” y mostrar justo ahí al lado cómo infinitas almas se deslizan desde lo alto a través de una inquietante y magnífica cascada que prefiero no describir en palabras. Seres todos venidos y transmutados en la misma materia que compone nuestro maíz y nuestra tierra. Seres venidos para parir otros seres y sentir y amarse y ser felices a pesar de llegar a este mundo esculpido por el dolor y la desgracia y la guerra y la muerte y el asesinato más vil.

Espero seguir yendo hasta el último día a visitar esta fortuna sensorial venida desde más allá del océano en este extraordinario camino de vuelta hasta España. Me imagino a aquella niña huyendo del terror que fue esta tierra nuestra. Ahora por fin, transcurrido tanto tiempo regresa a través de su obra en donde incluye su eterno agradecimiento a México, ese magnífico país que le amamantó el alma y la sensibilidad y le dio el calor, un homenaje que Marta Palau hace también explicito al presidente de aquél país durante aquellos años Lázaro Cárdenas que tanto hizo por los españoles allí exiliados y por su propio pueblo mexicano.

Gracias de mi parte a los responsables políticos y culturales del ayuntamiento de Zaragoza que han hecho posible esta exposición en el mejor de los lugares aquí posibles. Me hace sentir orgulloso, muy orgulloso de mi ciudad. Gracias por supuesto por este mismo motivo a los responsables políticos y culturales en México y otras latitudes. Gracias por supuesto a aquél presidente Lázaro Cárdenas que acogió a nuestros compatriotas, a nuestros antepasados aterrorizados huyendo de una muerte segura en su tierra o en los campos de refugiados o concentración en Francia. A alguno de ellos he tenido la fortuna de conocer en mi vida, de alguno de ellos he escuchado el estremecedor relato en primera persona.

Y finalmente gracias Marta Palau y gracias a esa Mano Poderosa que le ampara y espero que también ampare mi deseo de que esta obra hecha de sol y amor pero a la vez reflejo descarnado de dolor y muerte y violencia causadas por la sinrazón y por los instintos más bajos y sucios de la raza humana, atraiga con toda su fuerza lo mejor para nuestra ciudad y sirva también de talismán o tótem para nuestro país, para España desde Zaragoza, para que atraiga los buenos sentimientos, el raciocinio y el equilibrio en estos momentos tan delicados por los que atravesamos tan proclives al fanatismo, al enfrentamiento en vez de al entendimiento, a la desunión en vez de la unión, a la aparición de salvadores de la patria o a la de nuevos mesías poseedores de una única y absoluta verdad que hay que seguir sin preguntar, con fe e ignorancia auto satisfecha, a la aparición de tantos y tantos que se aprovechan de la grave situación de crisis y corrupción por la que atravesamos. Ojalá que encontremos la luz necesaria para convertir este país nuestro en un lugar donde todos tengamos las mismas oportunidades, donde el pensamiento individual y el raciocinio personal y no el impuesto por los medios de masas sea la guía a seguir para tomar decisiones acertadas, donde recuperemos tantos derechos sociales que hasta hace poco era impensable poder perder, donde nadie nos coarte la libertad individual ni nos pueda limitar el camino y las posibles metas alcanzadas con mérito, ni el derecho ni la claridad de sentirnos iguales, sí, pero porque todos somos diferentes.

Aún quedan unos días para poder ir a visitar la exposición de esta grandísima artista y hechicera llamada Marta Palau cuyo título reza “Tránsitos de Naualli”. Hasta el 22 de febrero espero arrastrarme muchas veces todavía por el suelo de La Lonja, espero que todo transcurra sin que alguien llame para hacerme encerrar finalmente en un frenopático tras toda una vida de hacerme pasar por una persona normal.

Si vais por allí es muy posible que me veáis, pero preferiría que hicierais como si no me hubierais visto. Solo me voy a permitir un consejo: Si es posible, al salir de tan magníficos y solemnes muros no dejéis de mirar al cielo, a las nubes, al sol, o a las estrellas, aunque sea un minuto.

Mariano Casanova, 13 de febrero de 2015

(…) No me desampares y la puerta que quiera abrirse en mi camino, sea tu mano poderosa la que me la cierre para no entrar en ella si no me conviene, o me la dejes abierta, si ha de volver mi tranquilidad tanto tiempo deseada. A tus pies dejo esta súplica, que te hace un alma obligada por el destino a grandes sufrimientos, que ya no puede combatir si tu mano poderosa no detiene la ley de la razón.(…)

Oración a la Mano Poderosa, anónimo, siglo XX.

(Texto que acompaña la obra de Marta Palau “La mano poderosa”)

(Arriba imagen del cuadro La Mano Poderosa de Marta Palau)

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