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Paco de Lucía que estás en los cielos


Ayer al atardecer estuve buscando la luna. Los primeros días tras la luna nueva son especiales, me gusta verla cuando ésta es una línea finísima en el cielo justo al anochecer, la busco como buscando la magia. Y ayer aún más. Y aunque el cielo era un espectáculo magnífico lleno de tormentas dispersas y mil colores y reflejos, entre nubes y edificios no la vi, no la encontré. Y sabía que tenía que estar ahí tras las nubes. Y buscaba un hueco entre éstas por donde asomara para decirle: ¡Estoy aquí! Para animarme, para saber que no hay peligro, que lo hecho hecho está y en manos del destino. Para decirle que yo sigo aquí, creyendo en la buenaventura del que ha hecho todo lo posible, del que no tiene más.

Soy guitarrista, antes que nada fui guitarrista. Comencé a aprender a tocar con 8 años. Para mí la guitarra ha sido siempre mi vida, mi compañera; la que me dio todo lo que tengo; la que me hizo hacer canciones desde niño; la que un día me dijo canta y yo canté. Pero primero fue ella, mi guitarra.

Hace dos semanas, en una caída, me rompí un ligamento del pulgar de mi mano derecha. Tras 41 años sin dejar de hacerlo no puedo tocar. Y no sé cuánto tardaré en volver a tenerla entre mis brazos, mi guitarra, que como todo instrumento musical es un ser vivo, con alma, un ser que siente. Y han sido días, los pasados, difíciles para mí: Días de hospital, quirófano, dudas, miedos. Se bien que la vida trae cosas más duras, más graves que esto; que seguro que todo irá bien y que un accidente como éste, al lado de otras cosas, es ridículo; que tocaré de nuevo, como sea volveré a tocar. Y volvería a tocar golpeando las cuerdas de mi guitarra con un muñón que me quedara. Todo irá bien. Pero ayer busqué la luna entre tormentas y no di con ella. Pero el cielo era bello. Y llovía y paraba y volvía a llover con viento en las esquinas, mientras me guarecía con la mirada en lo alto, ocultando mi mano en cabestrillo en el interior de mi abrigo.

Hace ya unos días que murió Paco de Lucía. Apenas unos días después de regresar del hospital me desperté una mañana con una idea que escribir, sobre el papel, con mi mano izquierda, temblorosa. Y de repente, en la radio, la noticia: Paco de Lucía ha muerto. Continué escribiendo, como si no pasara nada. Pero apagué enfadado la radio. No podía soportar oír hablar de él. Me daba asco oír las voces de la gente, sus recuerdos, opiniones y los datos y señales de la muerte, en la voz de locutores, desgranados con detalle.

Para mi Paco de Lucía, o Francisco Sánchez, da igual, es Dios. Y no puede morir. Desde niño me ha acompañado, me ha arrullado al oído, ha sido mi guía, mi maestro. Podría contar cien mil historias, pero no quiero. Tan solo un secreto que solo conoce mi mujer y mi amigo Enrique Mavilla. Un secreto que nunca me atreví a contar a nadie porque es tan excesivo, tan pretencioso, que jamás me atreví a revelarlo. Y por ser un secreto que me quema el alma, ha llegado el momento de dejarlo libre, porque me mata. Y es el siguiente:

Desde niño, cuando me acuesto, justo antes de dormir, me gusta imaginarme historias, sueños que cumplir. Recuerdo imaginar de niño que tocaba con mi propio grupo en lugares increíbles; recuerdo imaginarme grandes escenarios, otras ciudades donde iba a tocar; largos viajes y aventuras. Y todos, todos los sueños de entonces han sido cumplidos y superados con creces. Pero hay uno de esos sueños escogidos y construidos en la duermevela, un sueño más reciente, de hace unos cuantos años, que ya no se podrá cumplir. Desde que tuve ese sueño, o ese deseo, o esa ilusión, desde entonces, todos estos años, me los he pasado obsesionado, intentando construir una canción que tener entre mis manos para atreverme, para poder mostrarle a él. Pero no encontré ninguna, no llegué a la altura. Y ese ha sido el reto, ser escuchado por él, por Paco de Lucía, algún día. Y atreverme a pedirle que me regalara unos acordes, una melodía.

No me ha dado tiempo. O, seguramente, nunca hubiera conseguido esa canción y, mucho menos, el derecho a molestar al artista más grande que para mí ha existido. Siempre dije, y eso no es secreto, que mi Dios está formado por dos partes: Una es Miles Davis y la otra Paco de Lucía. Nunca he intentado ni un palo ni otro, para mí los dos son y serán siempre la estratosfera de la música. No sé ni cómo puede pretender, ni soñar con esto. Y hoy sólo puedo decir gracias, gracias a ellos, o lo que es lo mismo, a Dios. A los dos vi varias veces en carne mortal, con mis propios ojos, sobre diferentes escenarios y ciudades. Vi las dos partes de Dios y con eso me basta para seguir vivo, para seguir adelante con fe, con la fe verdadera que da haber visto a Dios con tus propios ojos.

Hoy es el primer día que me he atrevido a ver de nuevo uno de los documentales maravillosos que tengo de Paco de Lucía. Y al terminar de verlo, al atardecer y con las luces apagadas en mi casa, me he dado cuenta que ha muerto. Y he llorado, he llorado mucho, yo que nunca he llorado por la muerte de nadie que no sea familia o amistad muy cercana. Pero por él sí, así ha sido, y es que lleva hablando a mi corazón desde niño, de un modo que ningún otro artista ha conseguido.

Me he levantado de mi silla. A oscuras en la casa, con los ojos borrosos, me he acercado a la ventana, he mirado hacia arriba, al cielo nublado. Y de repente, sobre los tejados, entre la bruma oscura del anochecer, ha aparecido un destello. Y al momento se ha hecho un hueco entre las nubes y ahí estaba, mi luna, mi fina lunita adorada. Y yo que ni me acordaba de ella…

Mariano Casanova Martes, 4 de marzo de 2014

11/01/2015

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