MI GRAN ERROR
- Mariano Casanova
- 3 jul
- 5 Min. de lectura

Era 1978, tenía yo trece o catorce años y estaba en casa de mi amigo Jesús Serrano, teclista de nuestro primer grupo, al que llamamos “Zen”. Estábamos juntos escuchando música y, entre otros muchos discos que él tenía, me puso uno de “The Beach Boys”, que no me gustó nada. No puedo comprender cómo aquella escucha, siendo prácticamente un niño, pudo hacer que no prestara atención a la obra de ese grupo durante los veinticinco años siguientes. Yo que he escuchado, desde siempre, absolutamente de todo y he aprendido de todo tipo de músicas.
En 2003, en Madrid, escuchando música en su casa, mi querido Mané Larregla, guitarrista en la última etapa de Distrito 14 y en mi carrera en solitario, me comentó algo sobre Brian Wilson y “The Beach Boys” y le dije que había escuchado, claro, canciones como “Good Vibrations”, que me parecían muy buenas, pero que no había acabado de conectar con ellos y que jamás les había prestado apenas atención desde aquella escucha de niño.
No puede ser me dijo Mané, y me grabó un CD con una selección de Beach Boys donde, sobre todo, estaba presente el disco “Pet Sounds”.
Esta selección de Mané es uno de los discos que más he escuchado en mi vida. Escucharlo, desde la primera vez, me hizo sentir todo un inútil, por haberme perdido durante tantos años una de las obras más hermosas que, a mi entender, se han creado en la historia de la música. Nunca dejaré de agradecer a Mané por tantas cosas, sobre todo por querer tocar conmigo y por ser mi amigo, pero también por haberme mostrado a Brian Wilson.
Desde aquel día en que comencé - de verdad - a descubrir su obra, he sido tan feliz al escucharle. Mi mujer, mi hijo y yo, siempre desde entonces, hemos puesto en todos nuestros viajes en coche aquella recopilación de “The Beach Boys” de Mané y hasta les vimos tocar en Londres hace un par de años en el Royal Albert Hall, aunque sin Brian Wilson. Y en Navidades ponemos en casa siempre el magnífico disco navideño que hicieron. Y tantas cosas más.
La gran pena es no haber visto a Brian Wilson cuando vino a tocar a Zaragoza en 2005, porque yo estaba de viaje, un viaje que era imposible modificar o aplazar. Qué pena por no haber visto aquel concierto, pero fue ese el viaje más importante de mi vida. Y qué barbaridad tan grande que Wilson viniera a tocar a Zaragoza, y qué pena que fueran a verle tan solo unos cientos de personas. En fin, cosas que pasan. Me imagino el sentimiento de hastío, e incredulidad, del promotor que apostó trayendo hasta la puerta de nuestra casa a uno de los más grandes genios que han existido. No puede ser que fuera a verle tan poco público, qué vergüenza, pero qué voy a decir yo que tardé tanto tiempo en descubrirle, que cometí por ello el mayor error que he cometido en mi vida en la música. Mi agradecimiento especial a quien hizo posible que Brian Wilson tocara en Zaragoza, junto a mis disculpas por no haber acudido a ese concierto, para mí entre los más grandes – pienso también en Miles Davis, en Kevin Ayers, en Peter Hammill, o en Paco de Lucía - que se han celebrado en mi ciudad. En alguna ocasión he agradecido personalmente a algún histórico -aunque desconocido para el público- promotor zaragozano, por darnos la oportunidad de ver artistas enormes, a veces conocidos y muchas más veces muy desconocidos, pero siempre primando ante todo la calidad, aún a riesgo propio. Mi agradecimiento una vez más a estos promotores, comenzando, cómo no, por Jaime Borobia, continuando por Chema Fernández, o el recordado Antonio Tenas y otros que se han ido sumando más recientemente, porque desde hace muchos años y siempre desde la sombra, han contribuido y contribuyen a acercarnos, a mi entender, a una de las mejores cosas de la vida y a hacer de nuestra ciudad un lugar muchísimo mejor.
En el verano de 2012 regresamos de uno de nuestros viajes a Estados Unidos mi mujer, nuestro hijo (que entonces tenía seis años) y yo. Dos horas después de llegar a casa, tras venir desde Chicago a Madrid y Madrid a Zaragoza, pillé un autobús y me fui a Barcelona a ver a “The Beach Boys”, que tocaban esa misma tarde, y en ese concierto sí estaba Brian Wilson. Yo acababa de comprar unos días antes - en Key West (Florida), donde acababa de presentar y estrenar la película “Distrito 14 Historia de un Grupo de Rock” - el disco que, después de un montón de años, acababan de sacar Beach Boys y que venían a presentar en ese concierto, que siempre recordaré, en El Poble Espanyol.
No me podía creer estar viendo tocar a Brian Wilson, yo extenuado, ni se cuántas horas sin dormir, pero lo vi, y le hubiera pedido mis disculpas por haber tardado tanto tiempo en descubrir su música si hubiera podido.
En aquel concierto me encontré con mi querido Cuti Vericat, un adorador de “The Beach Boys” y por supuesto de Wilson, que allí estaba con otros amigos músicos, y lo vimos juntos. Al terminar, Cuti me propuso regresar en su coche, con ellos, en vez de volver a coger el autobús de vuelta. Cómo no, volvimos encantados después de ese gran concierto, juntos, conversando, felices y con una prudencia de la hostia. Por supuesto ni una gota de alcohol ni de nada, por la autopista y a 120, sin rebasar en ningún momento la velocidad permitida.
Nada más pasar Fraga, de repente, en mitad de la oscuridad de la noche y alumbrado a muy poca distancia por nuestros faros, apareció frente a nosotros, en mitad de nuestro carril, un neumático tumbado de un camión, enorme, completo, seguramente el neumático de repuesto que se le había caído y perdido a algún camionero somnoliento sin darse cuenta.
Cuti hizo lo mejor que podía hacerse en esa situación, mantuvo firme el volante y le pasó por encima. Es muy posible que, de haber ido a más velocidad, o simplemente haber dado un volantazo, o al haberlo pillado de lado, hubiéramos volcado. Quién sabe lo que hubiera podido suceder.
El coche se rompió en los bajos, pero pudimos llegar a Zaragoza. Pocas cosas unen más que un accidente, si al final solo queda en eso, en un accidente y nadie sufre ningún mal grave, sobre todo cuando llevas toda la vida de viaje. De alguna manera había que pagar a los dioses de la carretera, al destino, a la música, a esta vida ambulante que los músicos tenemos, a los miles y miles de kilómetros que hemos hecho en nuestras vidas y a la suerte de seguir aquí. Quizá, de alguna manera, había que hacer una ofrenda, casi con sangre, por la consciencia - de golpe una vez más - de la fragilidad de la vida y por haber podido tener ante nuestros ojos a ese verdadero Dios, que nos ha dejado ahora hace unos días, pero que vivirá para siempre, el inmortal Brian Wilson. Cómo pude ignorarle tanto tiempo, hasta con eso, con mi ignorancia, me enseñó una de las más grandes lecciones, que no hace falta que describa.
Comments