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LUCIÉRNAGAS EN NEW YORK


Habíamos llegado la noche anterior en un vuelo de bajo coste desde Los Ángeles, con transbordo en Detroit, que había durado todo el día. A ese vuelo habíamos llegado apenas sin dormir, después de un día anterior en que tampoco habíamos dormido teniendo que estar en las noticias de la mañana de Univision y actuando hasta altas horas de la noche en una importante sala de Sunset Boulevard. Pues bien, llegados al aeropuerto de La Guardia y creyendo tener un alojamiento fenomenal previsto - del que prefiero no hablar - nos encontramos con nuestros cinco carros de instrumentos ahí tirados y sin un lugar donde dormir. Tras varias llamadas desde el aeropuerto a quien debía encargarse de ello (era lo único que habíamos encargado en años a un promotor español) decidimos pasar de favores y de un supuesto hotel de cinco estrellas y llamar a nuestro humilde hotel en Astoria (Queens) donde habíamos vivido durante los últimos tres años en nuestros viajes de ida y vuelta. De madrugada y a pesar de estar completos, nuestros amigos del Westway Hotel nos hicieron sitio, no sé cómo, y vinieron a recogernos hasta el aeropuerto con su vieja camioneta ¡Bien! Y de ahí a por unas hamburguesas al Jackson Hole de enfrente después de haber estado comiendo solamente cacahuetes durante un día entero. A la hora de sacar los billetes ni siquiera nos habíamos fijado en que en los vuelos no se servía comida.


Con la tripa llena por fin nos metimos en la cama justo una hora para levantarnos corriendo y llegar a las noticias de la mañana en Telemundo, que se encontraba a un par de horas en coche desde allí, teníamos que actuar de nuevo, como en Univisión de Los Ángeles el día anterior. Eran ambas una oportunidad de oro de audiencia. Nos encontrábamos promocionando de costa a costa nuestro disco “Live in Chicago” que acababa de ser editado en USA por una compañía discográfica de Miami, estábamos seleccionados en los Grammy Latinos; íbamos a por todo lo que se moviera, sin importar cuántas locuras hubiera que hacer, sin comer, sin dormir, sin respirar si hubiera hecho falta.


Desde Tele Mundo y ya a media mañana habíamos acudido a la sede del Latin Alternative Music Festival (LAMC) en el Hilton de la Sexta Avenida, para recoger nuestras acreditaciones, teníamos que actuar al día siguiente en un importantísimo evento acústico en una sala de la calle 14. El LAMC era un sueño para nosotros, allí nos habíamos encontrado esa misma mañana con tantos amigos que habíamos conocido a lo largo de todo USA durante nuestras giras de los tres últimos años. Qué alegría verles a todos ahí, no había cansancio, solo euforia. Después, sin tiempo para regresar a nuestro hotel, ni tiempo siquiera para comer, habíamos acudido a una importantísima entrevista allí mismo, al lado del Hilton, en la radio más importante del mundo por satélite Satellite Radio Sirius. Al llegar al hall nos había recibido un amabilísimo periodista que ante nuestro asombro – o estupor mejor dicho – nos estaba proponiendo grabar una actuación completa en los estudios de la radio. Pero no es posible, no hemos traído nuestros instrumentos. No importa nos había dicho ¿Qué necesitáis? Y empezamos a nombrarle guitarras y bajo y teclados, en fin, y él nos respondía ¿Y qué marca? No lo podíamos creer, en media hora íbamos a tener listo un estudio de grabación de ensueño que tenían ahí mismo y todos los instrumentos que habíamos pedido, algunos mucho mejores que los nuestros, mas todos los amplis y batería y en fin, un sueño. Solo una cosa más, le dije, necesitamos comer, estamos muertos. Lo cierto es que aún más que comer necesitábamos dormir, pero eso no iba a ser posible. Y en diez minutos teníamos ante nosotros unos bocadillos descomunales, posiblemente los que con más fruición hayamos comido en nuestra vida. Un rato después íbamos a grabar en directo una hora de canciones que podían ser escuchadas desde buena parte de los automóviles y camiones americanos, que conectaban con esa emisora que incluso venía instalada de serie al comprarlos - ya entonces - en muchos de ellos.


Fue un concierto espectacular que ahí quedó grabado para siempre. La tarde teñía de color naranja los rascacielos alrededor nuestro al salir de nuevo a la Sexta Avenida. Hacía calor, mucho calor en la calle. Estábamos tan felices, no podíamos creer lo que acabábamos de hacer tras un día eterno que había comenzado en Los Ángeles, o antes en Las Vegas, o en Fresno o San Diego, que se yo. Pero no había tiempo de mucho, solo una hora y de nuevo teníamos que estar en el Hilton para otra entrevista. Ahí al lado mismo estaba la verde explanada de Central Park, esa que siempre sale en las películas. Acudimos allí y en un minuto estábamos Distrito 14, todos dormidos sobre la hierba.


De repente me desperté incorporándome asustado por si no llegábamos a tiempo a nuestra siguiente cita, mis compañeros de grupo permanecían dormidos, extenuados. Me fijé mejor a mi alrededor, no podía ser, estaba atardeciendo, no podía creer lo que estaba viendo, creí que seguía durmiendo, que estaba soñando. ¡Hey! ¡Tíos! ¡Despertad! ¡No os lo vais a creer! Y ahí estábamos nosotros tumbados entre millones de luciérnagas que subían y bajaban sobre esa enorme pradera, en un continuo baile que ni en nuestros más preciados sueños lisérgicos habíamos imaginado nunca, sin duda una de las visiones más bellas que he contemplado en mi vida.

Hace tres años, en el verano de 2017, dieciséis años después de aquello, llegué de nuevo a New York con Susana, mi mujer y nuestro hijo Leo. Veníamos de actuar en Paris y en varias ciudades de Japón para actuar de nuevo en el LAMC presentando mi primer disco en solitario “Al Final de la Ciudad Dormida”. Esta vez también habíamos llegado de noche pero conduciendo desde Washington, un trayecto que debía haber durado cinco o seis horas y que se había convertido en un día entero tras dos atascos – de los de verdad – de cinco o seis horas cada uno. En el último, antes de atravesar el puente de Verrazano, decidí saltarme la mediana de la autopista y darme la vuelta haciéndome sitio como pude entre miles de coches, para rodear el sur de Manhattan y entrar por el Holland Tunnel. Si no, aún estaríamos allí. Suerte los años y viajes de ida y vuelta, todo sirve en un atasco en la entrada de New York y más eso, ser músico de carretera y manta.


Ya bien entrada la noche de nuevo estábamos allí, en el bajo de una casita de dos plantas en Astoria (Queens), nuestro barrio allí, mi barrio. Al llegar salimos a un pequeño jardincito en la parte de atrás de la estancia, y sin decir nada a Susana, ni a Leo, las busqué, sí, ahí estaban de nuevo, tantos años después, las luciérnagas, aquellas luciérnagas de New York de las que tanto había yo hablado a mi mujer y a mi hijo. Al día siguiente pudimos verlas de nuevo volando y brillando en la noche de New York, prácticamente solos en la oscuridad de Central Park. Iba yo a actuar en el LAMC, en el escenario de Shure, la marca de micros que he usado toda mi vida.


Llegamos juntos hasta el escenario, Leo tenía entonces 11 años y era mi manager, el mejor manager que tendré en toda mi vida, por allí corriendo hablando con uno y con otro en inglés: Leo mira, ve a ese señor y dile que necesito esto y lo otro. Y ese señor era un super técnico americano, o el director del festival que me había hecho un hueco entre tanta estrella del pop y rock en español, mi querido Tomas Cookman, o Juan Carlos, su entrañable lugarteniente, o los responsables de Shure Javier Ocampo y Nelson Arregui (con quienes estoy en la foto) que de un modo tan exquisito nos trataron, tan encantadores que tras mi actuación me regalaron el micro con el que habían grabado mi concierto para transmitirlo a las redes en directo, un Shure MV88 que acoplado a mi teléfono utilizo desde entonces para trabajar en mis canciones nuevas esté yo donde esté. Y ésas, justo ésas, o mejor dicho éstas canciones nuevas que hoy tengo, son las canciones que algún día no muy lejano darán forma a un nuevo disco mío en solitario. Y quién sabe, tal vez sean estas mismas canciones en las que estoy trabajando desde entonces con este mismo micro, las que consigan acercarme algún día de nuevo a disfrutar de esa danza mágica y ancestral de las luciérnagas en New York. Yo se que están ahí y sé que tengo que verlas de nuevo, brillantes en la oscuridad de la noche. Ellas estaban ahí antes de que esa gran ciudad que tantísimo amo existiera. Y ahí siguen. Y yo sé cuándo y dónde puedo verlas y sé que la música no es un fin, que tan solo es un camino, el más hermoso camino que he encontrado en toda mi vida.

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