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“MI AMIGO OJITOS”


Le vi por primera vez como una sombra lejana que merodeaba al borde del horizonte. Era a finales de junio. No podía adivinar de qué se trataba a pesar de mi buen ojo para estos menesteres. Por su tamaño debería ser un zorro pensé, pero me pareció mucho más oscuro, y con aspecto distinto, aunque era mucha la distancia para estar seguro. Quizá un jabalí, aunque por el modo de moverse no parecía posible. Al día siguiente de nuevo pude observar cómo se movía entre la llanura lejana. Era un bicho raro, desde luego, aunque qué va a ser, sino un zorro. Apenas le preste atención un rato durante ese par de días, porque se me hace corto el tiempo mientras trabajo en nuevas ideas, a pesar de ser entonces los días más largos del año y de quedarme allí hasta bien entrada la noche.

El 24 de junio, día de San Juan, al declinar la tarde se acercó una tormenta que me hizo guarecerme en el coche, lo tengo siempre aparcado ahí mismo entre un grupito de árboles bajo los que me oculto del abrasador sol del verano. Un viento fuerte llegó de repente, casi parecía una tormenta de arena que golpeaba en el coche junto con trozos de ramas partidas de los pinos que me hacían de parapeto. Al rato la tormenta se fue y justo cuando asomaban de nuevo algunos rayos de sol entre las nubes y me disponía a abrir la puerta ahí estaba él, a tres o cuatro metros de distancia, como mucho. No lo podía creer, ahí estaba observándome.

No bajé del coche porque su aspecto no daba ninguna confianza. Es más, tuve dudas al principio hasta de qué clase de alimaña se podía tratar, parecía una hiena. Estaba claro, era un zorro pero se veía como si estuviera muy enfermo, el pelo ralo, muy oscuro. Y la cola larga, negra y pelada como una rata. Daba cierta aprensión así que me mantuve a cubierto por si pudiera estar rabioso o algo parecido. Pero lo cierto es que se veía tranquilo y su modo de caminar era grácil, o más que eso, gracioso. Permaneció unos minutos olisqueando por donde yo suelo sentarme para tocar la guitarra y se fue.

Al día siguiente mientras estaba tocando bajo los árboles apareció de nuevo. No le escuché llegar, bueno puedo decir que jamás desde entonces le he escuchado llegar. De repente vi una sombra de reojo y ahí estaba tranquilo observándome y lo cierto es que me alegré de verle. Estaba hecho una pena el pobre, pero me dio la impresión de que íbamos a llevarnos muy bien. Hubo algunos días más en que se acercó de nuevo con su aspecto lastimoso y decidí llamarle “Ojitos” en honor al personaje protagonista de la película “Los Olvidados” de Luis Buñuel, ese niño abandonado por su padre en mitad de un mercado del DF, allí desvalido día y noche esperando su regreso con sus ojos redondos y expectantes. Me marché durante un mes fuera de Zaragoza así que deje de verle, le olvidé.

A mi regreso volví a mis montes, a mi trabajo, a mi parada en mitad de la tarde para degustar algunas frutas del verano, mi estación preferida para la fruta y para casi todo. Al regresar ese primer día de finales de agosto, antes de ponerme a trabajar y abstraerme le eché un vistazo al horizonte, hacia donde le vi por primera vez y ahí estaba, a lo lejos, su sombra merodeante. ¡Ojitos! Me dije para mí mismo. Me puse a tocar y justo antes de ponerse el sol ahí le tenía delante. No lo podía creer, la hiena fea de ojos grandes que yo había conocido se había convertido en un hermoso zorro de enorme cola y pelo sedoso, brillante, un galán que vino a visitarme día tras día hasta que un atardecer al verlo frente a mí, como siempre, me dije que tenía que grabarle. Me hubiera encantado hacerle una fotografía magnífica, o un vídeo donde pudiera verse bien y qué se yo, igual podía ser la portada de mi disco, ya que es el primero que ha escuchado mis canciones ¡Ojitos! le dije. Y se asustó algo marchándose hacia los pinos mientras levantándome de mi silla de tocar - que tenía yo situada en el lugar donde la pongo cuando el sol baja su intensidad - eché mano del móvil donde estaba grabando una canción. Y le dije, tengo que grabarte amigo mío. Me acerqué y éstas que tenéis aquí son las imágenes. No pude hacer gran cosa pero bueno, algo es.

Desde entonces, durante los dos meses siguientes, ha venido a visitarme cada atardecer. Siempre ocurre igual. Yo llego hasta allí embebido en mis canciones, me pongo a tocar y tocar y sentir y escribir y de repente aparece. Jamás ha venido al pensar en él, solo cuando no se le recuerda. Anteayer, cuando fui a despedirme antes del confinamiento, apareció como siempre más hermoso si cabe con su pelo de invierno. Ahí estuvo delante mío escuchando un rato mi nueva canción, con sus ojos enormes. Pero esta vez no deje de tocar ni un instante, me emocionó tanto que seguí tocando y tocando para él mientras estuvo ahí, hasta que le perdí de vista justo en el lugar donde poco a poco el sol se despedía de este verano maravilloso. Sé que ya no es verano, pero bueno para mí lo es aún. Y él es “Ojitos”, mi amigo. Y la canción que estaba componiendo yo anteayer cuando vino quizá lleve su nombre, ya veremos. Hubo una melodía que me modificó su presencia repentina y que encontró otro camino inesperado. Como siempre basta con no pensar en él para que aparezca. Hasta el invierno que viene amigo.

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